Los discursos oficiales nos hablan de un proceso electoral sindical que es, sobre el papel, un modelo de democracia. Nos dicen que los trabajadores eligen libre y secretamente a sus representantes, que son ellos quienes tienen la soberanía para decidir. Pero la realidad en las empresas, especialmente en la inmensa mayoría de pequeñas y medianas que definen el tejido empresarial español, es radicalmente distinta. Es una realidad que, de tan políticamente incorrecta, se silencia o se tacha de extremista, cuando es la verdad que viven miles de trabajadores cada día.
La empresa no es una entidad ciega; conoce a sus trabajadores. Conoce a los chivatos, a los cobardes, a los pelotas, a los que se aferrarían a su puesto como a un hierro candente. También sabe quiénes son los que se han beneficiado de un favor, un adelanto de nómina o un aval. Y, por supuesto, conoce a aquellos que, por coherencia o convicción, no se dejan comprar. Con esta radiografía humana en la mano, la empresa orquesta un juego sutil, pero demoledor.
Si un trabajador "no deseado" se presenta como candidato, puede ser llamado a la oficina para un "consejo de amigo": "No seas tonto, no te metas en líos. Si necesitas algo para ti, pídelo, pero no te enredes en política". La empresa no solo coacciona, sino que también soborna a los sindicatos, digamos más bién que se trata de una mutualidad o mutualismo, que al igual que el parasitismo una especie se beneficia a expensas de la otra, o el comensalismo, una se beneficia y la otra no se ve afectada. Tanto el mutualismo como el comensalismo es un tipo de simbiosis, este término es más amplio describe cualquier relación estrecha y a largo plazo entre dos especies diferentes, sin especificar el tipo de interacción.
El mutualismo se da en muchos casos, por ejemplo cuando los representantes sindicales locales a cambio de mantener la "paz social", aceptan un acuerdo tácito: la empresa les facilita tener un delegado de su sindicato a cambio de que este sea de confianza y no genere conflictos, es decir, un "enlace" dócil. Los sindicatos parasitarios, obsesionados con engordar sus listas de delegados para obtener subvenciones, les da lo mismo que el candidato no tenga ni p. idea de derechos o convenios; lo que buscan es la cifra para seguir recibiendo fondos. ¿Y esto, comó se hace?. La votación, lejos de ser un acto de libre albedrío, se convierte en un escrutinio velado. La empresa hace sus cuentas y sabe, con un altísimo porcentaje de acierto, quién va a votar a quién. Con esa información, pone en marcha una "rueda de consultas" para "asesorar" y recordar a la plantilla quién decide los ascensos, quién da los favores y quién es prioritario en la empresa. La frase final, que resuena como una sentencia de muerte para la disidencia, es: "Si no te gusta, ya sabes dónde tienes la puerta".
Este no es un proceso democrático, sino una farsa. Para ser representado o representar, debes hacerlo a través de un sindicato que, en muchos casos, no busca la defensa real del trabajador, sino su propia perpetuación económica. La "paz social" que tanto se pregona no es más que la "paz del cementerio" para los derechos laborales, donde la mayoría silenciosa se somete por miedo a las consecuencias. Se trata de un sistema que, en nombre de la democracia, perpetúa el control y la desigualdad.
"Texto original de Bloggarces, corregido y ampliado con la asistencia de una IA."