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- El Gran Malentendido: "Antisemitismo" -

En el vasto y complejo panorama de los términos políticos y sociales, pocas palabras encierran una paradoja tan profunda como "antisemitismo". Acuñado en el siglo XIX con una pretensión de rigor científico, el término ha llegado a simbolizar uno de los odios más antiguos y persistentes de la humanidad. Sin embargo, una mirada más cercana a su etimología y origen revela una ironía histórica de proporciones monumentales: la palabra en sí misma es un malentendido que oscurece más de lo que aclara.

La palabra "antisemitismo" no proviene de una tradición milenaria, sino de un contexto muy específico: la Europa del siglo XIX. Fue popularizada por el periodista alemán Wilhelm Marr en 1879 en su folleto "La victoria del judaísmo sobre el germanismo". Marr, un virulento antijudío, buscaba un término nuevo que sonara moderno y "científico" para reemplazar palabras como Judenhass (odio a los judíos).

Su objetivo era enmarcar el prejuicio no como una mera aversión religiosa (antijudaísmo), sino como una oposición racial y étnica basada en las teorías seudocientíficas de la época. Al elegir "antisemitismo", apelaba a la clasificación lingüística de "lenguas semíticas" –que incluyen al hebreo, el árabe y el arameo– para argumentar que los judíos constituían una raza extranjera e inferior ("semita") que amenazaba la pureza de la raza "aria" europea.

La Ironía Histórica: ¿Quiénes son los "Semitas"?.  Aquí es donde la historia da un giro casi absurdo. La base del término "semita" se remonta a la Tabla de las Naciones en el libro del Génesis, que describe a Sem (Shem), hijo de Noé, como el progenitor de una serie de pueblos, incluidos los elamitas, asirios, arameos y, crucialmente, los hebreos y los árabes.

Desde el punto de vista lingüístico, la familia de lenguas semíticas incluye:

· El hebreo
· El árabe
· El arameo (la lengua de Jesús)
· El amárico (de Etiopía)
· Y lenguas antiguas como el acadio y el fenicio.

Esto significa que, tanto genealógica como lingüísticamente, los árabes son tan "semitas" como los judíos. De hecho, grandes poblaciones en Medio Oriente y el Norte de África son, por definición, pueblos semitas. La idea de que el "antisemitismo" es solo un problema relacionado con los judíos ignora por completo esta realidad etimológica.

A pesar de esta contradicción inherente, el uso del término se consolidó exclusivamente para referirse al odio, la discriminación y la violencia contra los judíos. El Holocausto (Shoah) selló para siempre esta definición en la conciencia global. Decir "antisemitismo árabe" es, por tanto, una contradicción en los términos: es como hablar de "antilatinismo español". No obstante, en el discurso político y mediático moderno, la frase se utiliza para describir la animadversión de algunos árabes o musulmanes hacia los judíos, perpetuando el malentendido original.

Ante la magnitud del horror que representa el antisemitismo, uno podría preguntarse: ¿importa realmente la precisión de una palabra? La respuesta es sí, por dos razones fundamentales.

Primero, porque el término mismo es un producto de la pseudociencia racista que pretendía justificar el odio. Utilizarlo sin crítica es, en cierta medida, cargar con el lastre de su origen engañoso.

Y segundo, porque al entender que los "semitas" incluyen a una diversidad de pueblos, podemos desenmascarar la falsedad esencial del concepto racial que Marr quiso promover. No existe una "raza semita" homogénea contra la cual dirigir el odio. Existen pueblos diversos, con historias entrelazadas y lenguas hermanas, que han sido victimizados utilizando una categoría falsa.

El "antisemitismo" es, en definitiva, el odio hacia los judíos. Llamarlo por su nombre más claro y menos problemático, antijudío, no minimiza su crueldad, sino que la describe con mayor precisión histórica y conceptual, liberándola de la ironía de un error que durante más de un siglo ha ocultado una verdad incómoda: que el odio que pretende describir se basa, desde su misma raíz, en un gran malentendido.